Casanare se extiende por los llanos orientales desde el piedemonte de la cordillera oriental. Este vasto departamento está habitado por gente recia, que, aunque lo olvidemos, en su momento, desempeñó un papel fundamental en la gesta de la independencia de Colombia. Con Yopal como capital, es un territorio conformado por razas de origen campesino, que, pese a la presencia del conflicto armado, y a la limitada conexión vial que tienen con el resto del país, han sabido aprovechar su riqueza para empezar a construir oportunidades.
Entre la desconexión y la historia dramática de la violencia del siglo XX, en el Casanare se han vivido varias de las problemáticas que frenan el desarrollo de Colombia. No es secreto que, entre los años 80 y 90s, se consolidó la criminalidad en el departamento, representada por las guerrillas y paramilitares que generaron terror y silencio en sus habitantes. En este contexto surgieron otras problemáticas, como la apropiación de grandes terrenos por parte de los grupos criminales y de terratenientes latifundistas, el desplazamiento forzado del pequeño campesino a las ciudades y con ello la pérdida de sus propiedades, lo cual permitió la evolución de la criminalidad en el territorio, traducida en violencia contra la población civil y el desarraigo que viven las generaciones actuales.
La mayoría de los municipios del departamento fueron testigos de acciones como el secuestro y el reclutamiento de menores que se convirtieron en la noticia diaria pronunciada en voz baja por los que entonces habitaban el territorio. La institucionalidad también ha sido víctima de estas acciones violentas, quedando tan desprotegida como la sociedad civil. Así, la violencia se sumó a los retos de la centralización que caracteriza a Colombia, haciendo difícil que el Estado garantice derechos y acceso a servicios esenciales en este departamento.
Pero este panorama no truncó los sueños y el empuje del casanareño, nacido o por adopción. Con la creciente expansión de la industria de hidrocarburos, se abrieron oportunidades para un nuevo orden económico que movilizó a profesionales nacionales e internacionales a estas tierras. Con este nuevo desarrollo, muchos campesinos cansados del conflicto en el área rural transitaron a trabajar en esta industria. Aunque accedieron a oportunidades de generación de ingresos, esto conllevó a un notorio decrecimiento en el desarrollo agropecuario y también, al desapego con el conuco familiar.
La cultura de la llaneridad como resistencia frente a la desigualdad
Casanare sigue siendo un territorio con un gran potencial. De hecho, en los últimos 10 años ha habido un renacer del campo casanerense y un resurgimiento de la identidad del llanero. El reconocimiento de la tradición campesina, y el retorno a ese conuco familiar, se han vinculado con actividades como el turismo, y la producción agropecuaria a baja escala. Estas dinámicas han volcado los ojos del departamento hacia la protección de los recursos naturales como una alternativa económica. Por su parte, la inversión del sector agroindustrial ha seguido avanzando, aunque la economía departamental sigue dependiendo del sector de hidrocarburos.
Con el aeropuerto El Alcaraván, recientemente declarado como aeropuerto internacional, se presenta una oportunidad no solo para conectar a la Orinoquía con Colombia y con el mundo, sino también, para continuar impulsando los proyectos productivos y comerciales en el Casanare. Oportunidades que generarán transformaciones solo si vienen de la mano con la generación de empleo para los locales, y con un reconocimiento de la necesidad de reducir brechas de pobreza y desigualdad a través de la actividad económica.
La construcción de equidad requiere no solo conexión entre territorios y mercancías, sino también, reconexión de los lazos comunitarios. Y para ello es clave el fortalecimiento del periodismo comunitario. Las emisoras locales, incluyendo las que maneja el ejército colombiano, cumplen con una labor social, pero requieren de asertividad para no replicar la narrativa de conflicto que predomina desde años atrás en estos territorios.
Y es que solo retejiendo los lazos y las mentalidades se pueden labrar transformaciones territoriales. Y para ello, quizás debamos recordar esas tradiciones culturales del mutuo apoyo, como el famoso “brazo prestao´” del Casanare. Un espacio en el que todos prestan sus brazos para trabajar por la comunidad: pintar colegios, arreglar vías, o cualquier necesitad colectiva. Estos principios de colaboración y conexión son también clave para avanzar en la restauración de los derechos de las víctimas. Labores que requieren no solo del liderazgo de organizaciones sociales como la Fundación Sembrar, sino también, de la colaboración entre el sector social, la academia, el gobierno, el sector privado, y como no, con las artes.
No olvidemos que a través de la difusión del arte se pueden generar oportunidades para fortalecer lazos, reconstruir saberes y avanzar en acciones que construyan paz y equidad desde la mirada local. Por eso Sandra Gonzalez, artista y gestora social casanerense nos invita a reflexionar desde su monólogo teatral “Paz para la Paz”. Conócelo aquí.
Este escrito hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Las columnas son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos.
Coautores: Sandra Gonzalez, Artista y Gestora Sociocultural Rodulfo Arciniegas, Líder social Fundación Sembrar; Mariela Gómez Mesa, Máster en Manejo de recursos sostenibles. Cámara de Comercio de Casanare y Profesora de cátedra de Unitrópico.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
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