Y si de pronto una polilla se para al borde de un lápiz
y late como un fuego ceniciento, mírala,
yo la estoy mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo,
y la oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congelado,
no todo está perdido.
(Julio Cortázar)
Y de pronto un día, eso que nos incomodaba en nuestras vidas empezó a hacer parte de la rutina. Se fue instalando tan profundo que terminamos conviviendo pasivamente con ella: con la desigualdad. Hemos metido en la bolsa de la normalidad las desigualdades, y junto con ellas, las injusticias y violaciones a los derechos humanos que éstas generan. Normalizando las desigualdades buscamos blindarnos y mantenernos en una zona de confort. Pero las desigualdades se han salido ya de la bolsa. Por esto decidimos recuperar la palabra y la reflexión, para entender cómo las desigualdades han marcado nuestras vidas; pues un primer paso para construir caminos de equidad es reflexionar sobre cómo se viven las desigualdades, cómo se sienten en el cuerpo, cómo afectan nuestra capacidad de soñar.
Agregar la “S”: de la desigualdad a las desigualdades
No existe una desigualdad. Existen desigualdades que se entrecruzan unas con otras, y que toman diferentes formas para quien las vive. Por eso se experimentan de forma única y van construyendo las historias, retos y frustraciones de cada uno. Al pluralizar las desigualdades, ampliamos el margen de acción para enfrentarlas, y se vuelven un asunto de interés en nuestras vidas, “porque las desigualdades se viven a diario y en todo momento, de muchas maneras”, como lo señala Blanca.
Las desigualdades pasan por nuestros cuerpos
Como lo resalta Wady, “técnicamente hablamos de desigualdades a través de índices, pero poco se ha dicho de la desigualdad en nuestros cuerpos”. Y es que las desigualdades se sienten, en nuestros estómagos y gargantas, en nuestros pechos y piernas. Y no solo se sienten, sino que terminan dando forma a nuestros cuerpos. Es decir, con el paso del tiempo, las condiciones y desigualdades a las que se ven expuestas unas y otras personas van afectando sus mismos cuerpos. Por ejemplo, en EE. UU. se ha documentado cómo el racismo se vuelve material y corporal. Por desigualdades históricas y estructurales, las personas de raza negra en ese país suelen tener menores ingresos, lo cual significa tener menor dinero para pagar por una buena alimentación, lo cual conlleva a sobre peso. Como resultado de esto, en dicho país, las personas de raza negra son más propensas a la diabetes y a los problemas cardiovasculares. Así, las desigualdades creadas socialmente, se van volviendo desigualdades físicas, y se van materializando en el cuerpo.
Las sensaciones y materializaciones de las desigualdades en el cuerpo nos recuerdan también que hay desigualdades que nos separan y otras que nos unen, pues, aunque la sensación de la desigualdad es individual, las causas y las consecuencias generadas por desigualdades, nos unen con otras personas, no solo en sentimientos de frustración, sino también, de deseo y acción de cambio.
Las comparaciones no son odiosas, son necesarias
Como Belkis nos recuerda, “desigualdad es la dificultad para tener una calidad de vida mínima, como la que tienen otras personas”. Por eso mismo, Natalia señala que, para hablar sobre desigualdades debemos hacer una comparación “entre dos puntos, comparar calidades, oportunidades, realidades y maneras de habitar la vida …”.
Aunque la comparación pueda generar emociones negativas: tristeza, menosprecio, incertidumbre, miedo, zozobra, esto no puede mantenernos en una pasividad que nos devuelva al conformismo y a la resignación. La comparación, puede ser también una herramienta necesaria para despertar y generar cambios en nuestra vida, y también en nuestro entorno. La comparación puede volverse un referente, una ventana a otras realidades que nos ayuden a soñar.
Esta reflexión la vemos en un ejemplo que nos describe Catalina sobre las jóvenes en Puerto Carreño, Vichada y cómo sus realidades desiguales, las han alejado tanto de otras realidades, otros puntos de comparación, que esto termina afectando su capacidad de soñar su proyecto de vida.
Trabajé en zonas aisladas de la Orinoquía. Tenía mucho contacto con niñas adolescentes y mujeres jóvenes, que no tenían acceso a internet. Me empecé a dar cuenta que, en ese contexto, el embarazo adolescente es la realidad que se ve. En Puerto Carreño uno ve una niña de 15 años con 2 niños y la mamá de 30 con otros 8. Esto también se debe a un contexto de violencia sexual fuerte. Las niñas y mujeres jóvenes se sorprendían al conocer a una mujer ingeniera que había vivido de una manera diferente. Las niñas me preguntaban, “¿cómo así?, ¿tu estudiaste?, ¿no tienes hijos?”. Estos son contextos donde no tienes acceso a conocer a nadie que haya tenido una experiencia de vida diferente (…). Entonces hay tanta desigualdad que el mismo contexto hace que solo tengas acceso a una parte de la información, de la historia, de la realidad... y esto impacta la amplitud de tus sueños. Entonces si bien uno piensa que individualmente puede cambiar cosas, y que pueden existir oportunidades… por ejemplo, sí, hay becas, pero si no sabes qué es una beca, si nunca has conocido a una persona que fue a la universidad, ni siquiera puedes llegar a soñar con una beca. Soñar requiere conocer algo, las ideas no llegan a uno a manera de visión. Y es que ni siquiera estamos hablando de acceder a educación, solo a información, a una visión de algo diferente.
En últimas, “conocer otras realidades es lo que nos permite cuestionar nuestras realidades”, como concluye John. ¿Pero qué ocurre cuando las desigualdades en una sociedad como la nuestra son tan profundas, que los espacios y oportunidades de conocer “otros mundos” “otras realidades” fuera de nuestras burbujas se vuelen cada vez más escasas?
¿Cambiar mi vida para cambiar el mundo?
Una pregunta que muchos nos hacemos es qué tanto control tenemos sobre nuestras oportunidades de salir adelante. En la academia, este debate se conoce como la disyuntiva entre “agencia individual” y “estructuras” o esos aspectos del entorno. Como lo dice Catalina “todos somos productos del entorno, entonces, independientemente de que quisiéramos ver que las desigualdades se pueden transformar con ciertas habilidades y capacidades, no podemos dejar de tener en cuenta que estamos dentro de un ambiente que nos motiva pero que también nos limita el poder hacer las cosas diferentes”.
Es evidente que las oportunidades de salir adelante no dependen solo del individuo. Sin embargo, es verdad que existe un poder de transformar la agencia individual en agencia colectiva, la cual tiene un mayor potencial para cambiar los entornos. Como lo menciona Wady, “los procesos de agencia colectiva permiten la transformación de estructuras de poder y dominación”.
La experiencia de Blanca, como gestora de un acueducto comunitario en Quindío, bien puede reflejar esto: fue su decisión individual hacer parte del acueducto como representante legal, pero su agencia individual pronto se convirtió en agencia colectiva a través de un grupo de personas trabajando por garantizar el acceso al agua en su comunidad. Esta agencia colectiva logró reducir las desigualdades en el acceso a un bien básico, el agua. Transformaciones como estas, rara vez resultan de la acción de una sola persona.
Diálogos colectivos
Este es un diálogo sin final, no pretendemos definir cómo es la experiencia de la desigualdad que vive cada persona en un país en el cual en un par de cuadras pueden existir realidades diametralmente opuestas. Pero les extendemos una invitación a reflexionar en nuestro día a día sobre las desigualdades, y a pasar esta conversación al terreno de las sensaciones. Preguntémonos ¿cómo se expresa la desigualdad en el cuerpo de cada colombiano? ¿Cómo podemos transformar nuestra agencia individual en agencia colectiva para re-imaginar caminos de equidad?
Como un primer paso en este diálogo, Natalia realizó una investigación sobre decenas de experiencias individuales de desigualdad, que, al ilustrarlas, se vuelven una experiencia común, una resonancia en lo colectivo. Conoce las ilustraciones acá.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.
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Coautores: John Giraldo, antropólogo y gestor comunitario; Blanca Murcia, líder comunitaria del Quindío; Catalina Morales, ingeniera ambiental y gestora de proyectos; Wady Pardo, sociólogo e ingeniero industrial; Belkis Mejía, trabajadora social de La Guajira; Natalia Zapatos, artista comunitaria y gestora territorial.
Editoras: @Allison_Benson_y Melissa Chacón.
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