Cuerpos-territorios en resistencia desde el Valle del Cauca
¿Cómo se vive la desigualdad en el Valle del Cauca? La respuesta inicia por reconocer que se vive de manera diferente dependiendo de quién eres. Los rostros de la desigualdad empiezan a clasificarse dependiendo del tiquete que te trajo la lotería de la vida; y empiezan por tomar el rostro de mujer. Urbana y rural, joven, niña y mayora. Mujer del río, la montaña o la ciudad. Todas se enfrentan a una red de obstáculos y limitaciones por el simple hecho de ser mujeres. Los rostros de la desigualdad empiezan luego entrecruzarse con más clasificaciones, y así llegamos a los rostros de las mujeres campesinas, indígenas y afro. Mujeres que enfrentan aún más discriminaciones, más violencias y más vulneraciones, que terminan traduciéndose en accesos limitados a la tierra, al agua, al trabajo, la justicia, la salud, la educación y hasta al descanso. Y así, se va marcando la diferencia entre el vivir una vida digna, y el sobrevivir con los derechos vulnerados.
Las desigualdades se configuran no solo en ciertos rostros, sino también en la forma de un cuerpo - territorio. Una idea que nos invita a pensar nuestro cuerpo como el primer territorio que habitamos, y a la vez, a pensar el territorio como un gran cuerpo colectivo que vive y siente las discriminaciones, violencias y vulneraciones. Un lugar donde se anudan, entrecruzan, y tensionan las desigualdades.
En el Valle del Cauca, este cuerpo-territorio parece condenado a vivir con el racismo y el empobrecimiento acomodados desde la colonia y arraigados en realidades que siguen vigentes como la concentración de la tierra, las economías ilegales y las economías legales que empobrecen. Economías que se caracterizan por no estar enfocadas ni en el cuidado, ni en el respeto por el territorio. Así, en este departamento encontramos realidades como los monocultivos azucareros que marginan a las comunidades y concentran el agua para sus propios beneficios. Encontramos también a las economías ilegales, reguladas por actores armados que vulneran y atemorizan a través de la violencia. Dinámicas como estas generan contradicciones en el cuerpo-territorio del Valle del Cauca que se reflejan en realidades como que viva tanta gente sin agua, en un territorio con tanta agua.
Contradicciones que, como decimos, se viven más fuerte desde ciertos cuerpos y desde ciertos territorios. En el caso del Valle, estos cuerpos y territorios pertenecen en muchos casos a las comunidades negras. En este departamento habitan casi 1.5 millones de personas afrocolombianas y más de 30.000 personas indígenas (Encuesta de Calidad de Vida, 2018). Ambas comunidades viven con acceso limitado a educación, salud, energía, acueducto y alcantarillado. Si tomamos los indicadores de acceso que tienen estas comunidades a estos servicios esenciales, podemos encontrar brechas tan grandes como estar 35 puntos porcentuales por debajo del promedio nacional (DANE, 2018).
A las realidades desiguales que viven las comunidades afro e indígenas se suman las realidades desiguales que viven las comunidades campesinas. En especial, la mujer rural, invisibilizada y empobrecida por el desplazamiento, la poca valía al producto de su trabajo en el campo, y por una sobrecarga de trabajo no remunerado. La conclusión de esta realidad es otra gran contradicción: a pesar de su riqueza étnica y ambiental, el 48% de la población vallecaucana vive bajo la línea de pobreza, y el 21% bajo la línea de pobreza extrema.
Reparar el cuerpo-territorio
Solucionar las contradicciones que vive el cuerpo-territorio en el Valle del Cauca es urgente, y requiere de múltiples cambios. Cambios que deben empezar por transformar la manera como observamos y entendemos a los territorios y a los cuerpos, sobre todo los de las mujeres. Necesitamos pues, transformar la mirada para dejar de verlos como un lugar para la explotación, el maltrato y el abuso por parte de poderes que no ponen la vida en el centro de las relaciones, y que no buscan un desarrollo sostenible, ni equitativo.
Un segundo paso es reconocer y revalorar las resistencias, luchas y transformaciones que ya existen. Mujeres y organizaciones sociales populares avanzan ya en la defensa de la vida y de su equilibrio dentro de los territorios. Avanzan ya en la lucha por la educación para sí mismas y para sus hijos e hijas. Crean ya oportunidades económicas partiendo de las economías solidarias y del reconocimiento del cuidado. Abren ya caminos de participación política. Cuidan ya del agua. Rechazan ya la violencia y fortalecen la lucha en contra de las violencias hacia ellas y hacia sus territorios. Estas mujeres y estas organizaciones insisten en recordarnos que no se puede construir una sociedad democrática ni alcanzar la paz, sin justicia social y equidad.
Estas luchas que vienen construyendo mujeres, lideresas, amigas, compañeras y constructoras de sueños que entregan con amor herramientas para el cuidado de la vida en el Valle del Cauca, dejan un legado organizativo y un ejemplo para el resto de Colombia. Por eso, merecen ser narradas. Un caso exitoso por narrar es el de la Escuela de Formación y Fortalecimiento para la Autonomía Económica y el Ordenamiento Territorial de las Mujeres y Jóvenes Rurales, desarrollada con mujeres campesinas en Pradera y coordinada por María Catalina Gómez Dueñas, investigadora de la Universidad Javeriana. Esta organización le apuesta a la conservación de los ríos, cuencas y quebradas desde una mirada comunitaria del agua. Otro ejemplo que merece ser narrado, es el de la Ruta Pacífica de las Mujeres. Esta organización inició la lucha por la paz desde 1996, apoyando a más de 300 organizaciones en todo el país desde las voces de mujeres víctimas del conflicto armado.
Reparar el cuerpo-territorio requiere no solo reconocer las soluciones que existen, y avanzar en transformaciones sociales de manera colectiva. La reparación requiere también que, desde nuestra propia vida, revisemos los lentes con los cuáles observamos la realidad y las palabras con las cuáles dialogamos sobre ella. Hacemos pues una invitación a que vayamos construyendo un cuerpo común que fluya libre, sin violencias y sin tanta desigualdad, tal y como el agua debe fluir en nuestros territorios.
Como un ejercicio de re-imaginar futuros, cuerpos y territorios, la artista valluna Mariangela aponte guio una sesión del juego (d)estructura con un grupo de mujeres campesinas defensoras del agua del corregimiento de San Isidro en Pradera. A medio camino entre arte, lúdica e investigación social, (d)estructura invita a dialogar sobre los valores fundamentales de la vida y del futuro imaginado, a partir de piezas de madera de formas y colores diversos, con los cuáles se construye en colectivo la estructura más grande y más estable posible. Jugadas en diferentes lugares, estas (d)estructuras dan cuenta de las necesidades humanas que cambian según contextos geográficos, sociales, políticos, económicos e incluso según los distintos momentos de la vida. Para conocer cómo es la experiencia del juego, haz click acá.
Esta columna hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Las columnas son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos.
Coautores: Gabriela Valencia, Investigadora del Instituto de Estudios Interculturales Javeriana Cali; John Mauro Perdomo, Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia; Yajaira Gaviria, sicóloga y lideresa social Ruta Pacífica de las Mujeres Valle; Mariangela Aponte Nuñez, artista independiente y docente en la Facultad de Artes Visuales y Aplicadas del Instituto Departamental de Bellas Artes, Cali; Rosa Castillo, Investigadora del Instituto de Estudios Interculturales Javeriana Cali.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
Participaron: Alexandra Valencia trujillo (18), Gladys Guamanga Gomez (53), Gabriela Fernández (28), Karol Mitchel Chaguendo Uribe (19) , Mireya Uribe Patiño (55), Nelly Solarte (79), Diana Patricia Uribe Chaguendo (40), Rosmira Changuendo Otero (62), Vicky Patiño Changuendo (33).
(d)estructura es un proyecto de creación colaborativa, participativa y procesual. Se inscribe en los presupuestos de la Cartografía Social al estimular formas de socialidad horizontales. (d)estructura es un intento por deconstruir la teoría piramidal de las necesidades humanas desarrollada por Abraham Maslow en 1943, para re-construir nuevas estructuras colectivas que representan las voces de quienes la construyen y que se manifiestan desde sus propias experiencias. (d)estructura es un proyecto colectivo de El Puente_lab - (Juan Esteban Sandoval y Alejandro Vásquez Salinas) y Mariangela Aponte Núñez. Más información en: https://www.elpuentelab.org/copy-of-exposiciones / https://mariangelaaponte.com/portfolio/destructura/
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