Un día en el 2020 abrimos los ojos y notamos que el mundo había cambiado, que el mismo aire que nos conectaba, nos empujaba hacia el aislamiento. Vimos también cómo durante la pandemia, la tecnología lideró el camino hacia una nueva normalidad, permitiendo, en cierta medida, la continuidad de la educación y del trabajo a través de videoconferencias. Conocimos la telemedicina, y vimos cómo la inteligencia artificial aceleraba el proceso de investigación para el desarrollo de las vacunas. Sin embargo, también nos dimos cuenta de que no todos vivimos en la misma era tecnológica. Existen millones de hogares sin computadores ni internet, que, por tanto, no tienen las herramientas para reconectarse con el mundo. Esta desigualdad en el acceso a la tecnología evidenció y también profundizó otras desigualdades, traduciéndose para muchos, en pérdidas de empleo, años escolares, y en general, oportunidades.
Tecnologías, en plural
Para empezar, vale la pena recordar que la tecnología es un concepto amplio, y que está presente en muchos aspectos de nuestra vida. Por ejemplo, existen tecnologías químicas, como las empleadas para el desarrollo de vacunas; tecnologías biológicas para la modificación genética de los alimentos transgénicos; tecnologías físicas para el uso del fracking en la extracción de petróleo. También existen las tecnologías de la información y las comunicaciones (TICs). Por su relevancia en nuestra vida diaria, en esta columna, nos centramos en analizar las desigualdades que se desprenden del uso de las TICs, partiendo de reconocer que la tecnología no es buena ni mala en sí misma, sino que sus efectos dependen del uso que podemos darle unas y otras personas.
Barreras de acceso a la tecnología
En países como Colombia, el acceso a la tecnología está en buena parte determinado por la desigualdad de ingresos. Por ejemplo, mientras que el 99.8% de los hogares de estrato 6 tienen acceso a internet fijo, sólo el 20.5% de los hogares de estrato 1 y el 39.3% de los hogares estrato 2, tienen acceso a este servicio[1]. Esta brecha se debe no solo a problemas de “infraestructura tecnológica”, sobre todo en áreas rurales, sino también a los altos costos de la tecnología. Por ejemplo, mientras que un celular inteligente puede costar entre cuatro y cinco salarios mínimos en Colombia, en Canadá, cuesta medio salario mínimo. A esto se suman las desigualdades en la exposición a la tecnología, relacionada, entre otros, con el acceso a la educación, en un país donde solo el 12.4% de las de la población económicamente activa tiene formación en educación superior[2]. El desigual acceso a la tecnología implica que el avance tecnológico que vivimos como sociedad, generará tanto ganadores como perdedores. Un ejemplo de esto es la relación entre empleo y tecnología.
Empleo y tecnología
Cada día escuchamos más sobre la “la automatización del trabajo” y la destrucción masiva de empleos que esta puede generar. En 2013 surgió polémica cuando dos académicos de la Universidad de Oxford[3] estimaron que casi la mitad de los trabajadores en Estados Unidos (el 47%) estaban en riesgo de ser reemplazados por robots para el año 2030. Un año después, la reconocida firma de consultoría McKinsey concluyó que el 50% de las tareas que realizan los trabajadores en 46 países (80% de la fuerza laboral mundial) podrían ser realizadas por nuevas tecnologías. En el caso de América Latina, se estima que entre el 75% y 62% de los trabajadores está en alto riesgo de ser reemplazados[4].
Estos pronósticos son sin duda alarmantes, no solo por su escala, sino por las desigualdades que pueden generar. En efecto, estos estudios concluyen que la destrucción de trabajos afectará principalmente a los trabajadores con menores niveles de educación y menores niveles salariales. Se argumenta que esto requerirá que millones de personas se re-entrenen en nuevas habilidades y nuevos sectores. Sin embargo, el proceso de aprendizaje tecnológico y de adaptación a nuevas formas de trabajar, no es simple, como lo ha demostrado la pandemia del Covid-19. Por ejemplo, durante la pandemia se registró la pérdida de casi 31 millones de empleos en América Latina[5], la mayoría de estos en sectores informales y en pequeñas empresas que no tuvieron las condiciones para realizar una transformación digital. Este escenario nos llama a preguntarnos cómo podemos usar la tecnología para crear más empleo y para mejorar la calidad del empleo. A continuación, discutimos un caso colombiano que lo ha logrado.
Tecnología y creación de empleo: el caso de Hogaru
Hogaru es una empresa de base tecnológica que provee servicios de aseo para hogares y empresas. Por medio de una aplicación, conecta de una manera más eficiente, más segura[6] y más formal[7] a clientes y a profesionales de la limpieza. A través de la tecnología, esta empresa ha logrado mejorar las condiciones laborales en el sector del trabajo doméstico, las cuales se caracterizan por ser informales y precarias.
Pese al potencial de usar la tecnología para generar empleo, las empresas de base tecnológica como Hogaru, enfrentan múltiples barreras. Por ejemplo, para muchas de las trabajadoras, el teléfono inteligente que reciben como dotación para trabajar en la plataforma, es el primero que manejan. Como lo comenta Maria del Pilar, quien trabaja como profesional de limpieza en Hogaru, “cuando me enteré de que debía manejar una aplicación diariamente, tuve temor a equivocarme y a enfrentarme a un sistema desconocido”, y asegura que, sin un adecuado acompañamiento, entrenamiento y paciencia, el proceso de adaptarse a trabajar con una plataforma tecnológica hubiese sido imposible.
El proceso de adaptación a la tecnología es permanente, y supone cada día nuevos retos. Por ejemplo, en medio de la pandemia, muchas de las capacitaciones que Hogaru brindaba de manera presencial, pasaron a ser en línea, lo cual supuso un reto. Al respecto, Maria del Pilar afirma que “es difícil tomar capacitaciones cuando uno cuida a los niños que dejaron de ir al colegio, cuando no tiene acceso a un computador para estudiar por internet, cuando uno debe cuidar al papá o al esposo que se enfermó, o cuando el único dispositivo tecnológico de la casa lo tiene que compartir para que el esposo trabaje, para que los niños estudien y para que uno asista a capacitaciones”. En últimas, para algunas mujeres, el estrés y las barreras para usar la tecnología hacen que se den por vencidas y decidan regresar a prestar sus servicios de aseo de manera informal.
La baja exposición y la desconfianza hacia la tecnología son también obstáculos por el lado de los clientes. Como lo señala Darcy, gerente de talento humano de Hogaru, algunos clientes no se sienten cómodos contratando un servicio a través de una aplicación ni pagando por medio de una transacción electrónica. Estas barreras hacen que el potencial de empresas basadas en la tecnología se vea mermado en contextos como el colombiano. Así como Hogaru, podrían existir miles de herramientas tecnológicas que ayuden a solucionar “el problema de coordinación” entre quienes saben desarrollar tareas y quienes necesitan contratar estos servicios, logrando generar más empleo y mejor empleo.
La tecnología y el futuro
En Colombia nos queda un largo trecho por recorrer para cerrar las brechas en el acceso de tecnología. Para ello es necesario aumentar la inversión (y la transparencia en la inversión) en infraestructura tecnológica y también en educación y en procesos de exposición tecnológica. Se necesitan a s vez políticas que re-imaginen caminos de reindustrialización, capacitación y producción de tecnología que nos permitan no sólo vivir el futuro tecnológico del país, sino también construirlo, de manera menos desigual. Como un aporte a re-imaginar el rol de la tecnología, y visibilizar las historias humanas que están detrás de ella, elaboramos esta obra artística digital, conócela acá.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.
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Coautores: Natalia González Alarcón, economista y consultora sobre el uso responsable y ético de la tecnología; Jaime Castillo, estudiante de doctorado en finanzas especializado en FinTech; Maria del Pilar González, profesional de limpieza en Hogaru y estudiante de talento humano; Darcy Barrera, gerente de talento humano de Hogaru; Natalia Duque, artista plástica y diseñadora interesada en el uso de la tecnología como expresión artística.
Editora: @Allison_Benson_
[1] DANE (2019).
[3] Carl Frey y Michael Osborne
[4] El futuro del trabajo en América Latina y el Caribe, Cuál es el impacto de la automatización en el empleo y los salarios. (BID, 2020)
[5] Observatorio Laboral COVID-19 del Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2020)
[6] A través de protocolos de seguridad e identificación de quienes prestan el servicio y de quienes lo contratan.
[7] Al garantizar seguridad social y cotización a pensiones a las profesionales.
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