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Guaviare: Construir Equidad desde el Territorio

Todas mis querencias están en el Guaviare”, dice Blanca Ligia Suárez para expresar su vínculo con un territorio donde lleva 25 años aportando como gestora cultural. Como ella, muchas de las personas que hoy habitan este departamento llegaron de otras regiones del país, expulsadas de sus tierras de origen por la violencia y el empobrecimiento, atraídas por la posibilidad de hacerse a un mejor futuro en nuevos territorios. Así, esta región donde confluyen los llanos y las selvas Amazónicas ha sido el lugar de encuentro de múltiples culturas y esperanzas. 

Hoy en día, Colombia mira al Guaviare ya no con la esperanza de nuevos territorios, sino con el sin sabor de una zona golpeada por la deforestación, los cultivos de coca y la violencia. Esta mirada ha generado una continua estigmatización sobre estos territorios y sobre las comunidades que los habitan; y estas estigmatizaciones se han traducido a su vez, en desigualdades en el acceso a derechos, reconocimiento social y posibilidades de construir futuros. Pese a estos retos, las comunidades del Guaviare sostienen apuestas que entretejen sus historias con el territorio, sobre todo con la selva amazónica; tan importante para Colombia y para el mundo. Sus resistencias y reclamos nos invitan a mirar distinto hacia la selva, y quizás a cerrar los ojos por un momento para escuchar las soluciones que vienen desde ella misma. 

Las realidades y desigualdades del Guaviare y de otros departamentos del Sur de Colombia tienen sus raíces en la manera como la nación ha visto y definido a estas zonas. Desde nuestros inicios como país, los vastos territorios que se extienden del río Guaviare hacia el sur fueron vistos como tierras salvajes que había que “civilizar”. Bajo una mirada como esta, es difícil pensar en la construcción efectiva de un Estado, un mercado y una sociedad nacionales que incluyeran en igualdad de condiciones a las comunidades y territorios del suroriente del paísPor eso mismo, desde los años de La Violencia, los colonos llegaron a estas tierras lejanas que el estado consideraba “baldías” (desocupadas), desconociendo a las comunidades indígenas que las habitaban ancestralmente. La migración se intensificó a inicios de los años 70s, cuando de manera explícita, el gobierno colombiano estimuló la colonización de zonas fronterizas como una alternativa para reducir las demandas que pedían una reforma agraria en el centro del país. Los colonos llegaron así a una tierra para ellos inhóspita, sin cultivos y sin servicios. Y en este contexto, empezaron a abrir porciones de selva para iniciar cultivos agrícolas. El único apoyo que les brindó el estado fue la permisividad para ocupar el territorio y una escueta política de desarrollo rural. 

Ante la mirada distante y la acción débil del estado, se asentaron también en el territorio los cultivos de uso ilícito. La economía de la coca fue la posibilidad de supervivencia para muchas familias rurales, mientras que los grupos armados fueron ocupando el rol que no cumplía el estado en temas de control territorial y social. Así, la guerrilla, seguida por el paramilitarismo y las fuerzas armadas, desbordaron el conflicto social en el Guaviare y la región. 

La firma del Acuerdo de Paz, aunque incompleta, generó una esperanza y una oportunidad para que las organizaciones comunitarias se fortalecieran y buscaran enfrentar el peso que les ha dejado la guerra, la exclusión y la estigmatización. Sin embargo, el compromiso con el que las comunidades acogieron los programas del Acuerdo de Paz, no fue correspondido por parte del estado, sobre todo por el Plan Nacional de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS). Así lo explica Tito Riverio Roldan, líder campesino del Guaviare, “tuvimos la visión de la transformación territorial y la sustitución de las economías, pero no ha habido el acompañamiento institucional necesario para lograr hacer una transición económica responsable”. Sin este acompañamiento, los cocales que los campesinos arrancaron terminaron volviéndose pastos para la ganadería extensiva, y así ha ido avanzando la deforestación de la selva amazónica. 

Pero al igual que ocurre con la coca, explica Claudia Grisales, investigadora del Centro de Alternativas al Desarrollo (CEALDES), debemos entender la ganadería con sus contrastes y contradicciones. Por un lado, cada vaca que pertenece a una familia campesina es la materialización de un ahorro conseguido con esfuerzo. Es una fuente de sustento y capital para reinvertir en sus proyectos, siendo la ganadería una de las únicas formas de economía que hoy son viables en la región. Por el otro lado, la ganadería es un mecanismo para hacer control del territorio, en un contexto en el que las aspiraciones de las familias campesinas se ven enredadas con las ambiciones de grandes ganaderos y terratenientes en el mercado informal de tierras que predomina en el Guaviare. La realidad es que además de las tierras, la ganadería extensiva parece haber acaparado también nuestros imaginarios sobre el Guaviare mismo y sus posibilidades, impidiéndonos ver que también hay alternativas gestándose en el territorio que son justas para la selva y para la diversidad de personas que la habitan. 

¿Cómo podemos reconocer y nutrir las alternativas a la desigualdad en el Guaviare? 

Planteamos tres claves para construir equidad en el Guaviare. Primera, es necesario fortalecer el tejido social y las organizaciones comunitarias. Según explica Samuel Vanegas, director del Observatorio de Desigualdades de la Universidad Javeriana, la literatura académica ya ha documentado que el debilitamiento del tejido organizacional suele coincidir con el incremento en las desigualdades, “esto de fortalecer lo social es una solución de mediano y largo plazo, pero que es necesaria”, aclara. Segundo, es clave fortalecer el arraigo y la autonomía de las comunidades. En palabras del líder campesino, esto implica “reconocer las territorialidades campesinas, dar garantías para que las comunidades campesinas, indígenas y afro en la Amazonía puedan mantenerse acá y articularse sin el temor constante de pensar, qué va a pasar con nosotros”. 

Tercero, es necesario alinear la acción e inversión pública y de la cooperación internacional con las proyecciones de vida de las comunidades, reconociéndolas como actores con capacidad de planeación, decisión y ejecución de recursos; y no sólo como beneficiarios de programas formulados desde afuera. Como explica Blanca Ligia, hoy existe ya una generación de hombres y mujeres sensibles hacia la realidad social y ambiental del Guaviare. Con estos nuevos liderazgos se están impulsando iniciativas de gobernanza comunitaria, educación pertinente, turismo de naturaleza y producción agropecuaria sostenible, reimaginando un Guaviare menos desigual.  

Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.

Coautores: Claudia Grisales, investigadora de CEALDES; Blanca Ligia Suárez, gestora social del Guaviare; Tito Riverio Roldán, líder campesino; Samuel Vanegas, Director del Observatorio Javeriano de las Desigualdades; 

Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos


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