Existen pocos temas tan arraigados a nuestras vidas como la educación. La educación es parte esencial del ser humano, de ahí la importancia de entenderla como un derecho al que todos podamos acceder, de acuerdo con nuestros propios intereses y proyecto de vida. En Colombia, sin embargo, no todos tenemos las mismas oportunidades de educarnos, y existen enormes desigualdades en la calidad de educación que unos y otros podemos recibir. A propósito del Día Internacional de la Educación, en esta columna discutimos sobre algunas de las causas y consecuencias de la desigualdad en la educación, y sobre posibles soluciones a esta.
¿De dónde provienen las desigualdades en la educación?
Las desigualdades en la educación no son nuevas; son el resultado de desigualdades históricas, y de problemas sociales persistentes que hacen que exista una relación entre esta y otras formas de desigualdades, incluidas las de género, raza, territorios e ingresos. Por ejemplo, si analizamos los puntajes de lenguaje en las pruebas PISA por el nivel de ingresos de los estudiantes, encontramos que los estudiantes que provienen de los hogares más ricos (el 5% más rico) obtienen puntajes 86 puntos por encima que los estudiantes que provienen de hogares más pobres (el 5% más pobre). Se estima que el nivel de ingresos de un estudiante podría explicar el 14% de la variación en su puntaje en esta prueba. Es decir, buena parte de las diferencias en resultados se derivan directamente de aspectos que el estudiante no puede controlar, como la suerte o no de nacer en un hogar de altos ingresos. Además de esto, las cifras demuestran que la relación entre desigualdades de educación y de ingresos se “heredan”. Por ejemplo, si tus papás no terminaron el bachillerato, solo tendrás 15% de probabilidad de acceder a una universidad; mientras que, si uno de tus padres sí terminó el bachillerato, tendrás 60% de probabilidad[1].
Existe también una relación entre desigualdades de educación y desigualdades territoriales. Muestra de ello es que al observar los resultados de las pruebas SABER 11 encontramos que los peores puntajes se encuentran concentrados en “la periferia” del país, es decir, en las zonas rurales más apartadas, que son las zonas con mayor pobreza, mayor violencia, y también, mayor presencia de población afrocolombiana. Esto reitera la deuda histórica que tenemos como país con ciertas comunidades y ciertos territorios, y evidencia que las desigualdades en la educación, más que un síntoma, son, sobre todo, un resultado de muchas otras desigualdades. Como lo dice Miguel, “hablar de las desigualdades en la educación, es hablar de las mismas desigualdades sociales que afectan a nuestro país”.
Ahora, una idea que tenemos muchos, es que la educación es el motor principal que tenemos para romper con esas desigualdades históricas y salir adelante. Lamentablemente, la evidencia muestra que la mayoría de veces esto no es así. De hecho, en muchas maneras, el sistema educativo reproduce e incluso amplifica la desigualdad. Un ejemplo lo vemos en el caso de la educación a la primera infancia (de 0 a 5 años), a la cual buena parte de los niños de hogares de menores ingresos no tiene acceso. Esta falta de acceso implica que estos niños no están recibiendo educación en los años más importantes de su desarrollo cognitivo.
Ahora, las desigualdades en la educación no solo resultan de desigualdades sociales; también son el resultado de la manera como hemos diseñado el sistema educativo. Uno de los problemas tiene que ver con la remuneración de los docentes. Como lo señala Daniel “según el escalafón de la institución donde trabajaba como profesor, el ingreso extra por tener grado de maestría, son $6,000 pesos. Es decir, que, si hubiera hecho la maestría en esa misma universidad, me hubiera demorado 40 años en recuperar su costo”. Un sistema educativo que no remunera ni reconoce al docente, termina profundizando las desigualdades.
Otro problema del sistema educativo tiene que ver con las desigualdades y estigmas entre los dos sistemas que coexisten: el público y el privado. Miguel, quien comenzó su carrera en una universidad pública y terminó becado en una privada, explica que en los dos lados se tienen percepciones opuestas y contradictorias respecto a la realidad del otro. “Los de la universidad privada piensan que los estudiantes de las universidades públicas reciben educación de menor calidad y entorpecida por los movimientos estudiantiles, mientras que los de la universidad pública piensan que la educación privada carece de calidad y que no existe mérito académico de sus estudiantes más allá del poder socioeconómico de sus familias”. Más allá de estos estigmas, lo que sí es cierto es que existen desigualdades entre los dos sistemas. Por ejemplo, al evaluar los resultados en las pruebas SABER 11, la educación oficial puntúa sistemáticamente por debajo de la no oficial. Estas diferencias se acrecientan por el insuficiente gasto en el sistema educativo público. Las demandas de los estudiantes en el paro del 2021 son muestra de la deuda que tenemos como sociedad frente a la educación, sobre todo, la educación pública.
Otro hecho coyuntural que hemos vivido en el último par de años, que también tiene repercusiones sobre las desigualdades en la educación, ha sido la pandemia del COVID-19. Esta ha visibilizado las desigualdades que ya existían, y lamentablemente, también las ha aumentado. Un ejemplo de lo anterior es el hecho que los estudiantes en zonas rurales fueron los más afectados por las restricciones derivadas de la pandemia. Para la mayoría de estos estudiantes fue difícil o imposible asistir a clases virtuales debido a la poca o nula conexión a internet en zonas rurales, y al no contar con computadores y celulares en sus hogares. Como lo menciona Maria Isabel, a los niños “les ha tocado estudiar solos, a través de guías impresas…siempre ha sido la periferia la que más ha tenido que aguantar”. Los efectos de la pandemia también afectaron desproporcionalmente a los niños más pequeños, dado que su proceso de aprendizaje es experiencial y de contacto con otros niños. Estos rezagos tendrán sin duda repercusiones a largo plazo.
Re-pensar la educación
Re-imaginar la educación desde una óptica menos desigual es todo un reto. Se requieren reformas profundas en los modelos educativos, mayor inversión, mejores salarios para los maestros, y explorar posible articulaciones y colaboraciones entre el sistema público y el privado. En esta columna queremos, sin embargo, reflexionar sobre un tema menos explorado: el rol de la educación artística para reducir las desigualdades. La educación artística es un catalizador del desarrollo humano y del tránsito hacia nuevos paradigmas educativos. La música, el teatro, la pintura tienen el potencial de generar empatía y conectarnos a pesar de nuestras desigualdades, diferencias y estereotipos, pues sin importar el estrato, el carácter público o privado, las distinciones entre lo urbano y lo rural, podemos conectarnos con nuestras emociones y con las de los otros. Así se permite que el conocimiento surja de manera activa, multidisciplinaria y experiencial: podemos aprender física a través de la danza, química a través de la pintura o lenguaje a través del teatro. Las pedagogías que conocemos como “alternativas” han desarrollado estos principios con mucha eficacia. El reto ahora es cómo llevarlos a la educación tradicional para aprovechar sus ventajas como una alternativa para reducir las desigualdades en la educación.
Repensar las desigualdades en la educación requiere también comprender la educación desde una perspectiva sensible, autónoma y colaborativa. Repensar una educación que permita la libertad de expresión y el diálogo creativo; una educación en la cual el conocimiento no se mida solo por pruebas estandarizadas ni bajo la lógica de la competencia, sino a partir de la diversidad y de la construcción del tejido social. En un país tan desigual y donde tantas heridas siguen abiertas, es primordial que re-imaginemos, entre todos, una educación sensible, sanadora y más equitativa. A través de esta ilustración transmitimos 5 elementos para una educación transformadora.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.
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Coautores: Santiago Pulido, investigador con experiencia en política pública; Catalina Saavedra, artista plástica y pedagoga; Maria Isabel Parra, filósofa y docente investigadora de Santander; Daniel Ángel, emprendedor educativo y docente; Miguel González, ingeniero y estudiante que ha transitado entre los sistemas educativos públicos y privados.
Editora: @Allison_Benson_; Sara Rueda
[1] Portafolio. Editorial junio 26 de 2018
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