El sector artístico y cultural ha sido uno de los más impactados por la pandemia del Covid-19. Sin embargo, las dificultades laborales y económicas a las que se enfrentan la mayoría de los artistas colombianos no son causa de esta coyuntura, pues existen problemas de fondo que hacen que, con o sin pandemia, el oficio del artista esté marcado por la incertidumbre y la informalidad. La crisis que vive el sector del arte y la cultura se relaciona con otras desigualdades, incluyendo las desigualdades territoriales, las desigualdades en la educación, e incluso, desigualdades en la forma como entendemos y valoramos el arte en nuestra sociedad.
Por eso, desde Re-imaginemos, un proyecto que reflexiona sobre 30 formas de desigualdad en Colombia, estamos discutiendo sobre desigualdades en el mundo del arte y la cultura. El proyecto se basa en un diálogo entre más de 150 jóvenes académicos, activistas, artistas, entre otros diversos perfiles. Esta columna es el resultado del diálogo de saberes[1]#8 de Re-imaginemos, en el cual participamos: Juan Carlos Escobar, consultor en el sector artístico y candidato a PhD en sociología cultural; Tatiana Saavedra, artista plástica y gestora cultural; Lucía Ibáñez, investigadora, productora y música; y Nicolás Sánchez, curador, escenógrafo y diseñador. Aquí compartimos las principales reflexiones de este diálogo.
Desigualdades y pandemia
Los cierres y la crisis económica derivada de la pandemia del Covid-19 han ocasionado fuertes impactos en el sector del arte y la cultura. Por ejemplo, si miramos las cifras del número de personas que trabajan en las actividades denominadas como economía naranja[2], encontramos una caída del 34,7% entre 2019 y 2020[3]; es decir, aproximadamente 200 mil personas perdieron su trabajo. La crisis ha afectado más a las mujeres: 28% de las mujeres en esta industria perdieron su trabajo, comparado con solo un 8% en el caso de los hombres. Este tipo de desigualdades de género, que se conocen como “techo de cristal”, se relacionan con el hecho que, en este sector (y en casi todos), los hombres tienen un mayor acceso a empleos estables y a cargos directivos, o tienden a ser los dueños de las empresas.
La pérdida de empleo derivada de la pandemia empeoró las ya precarias condiciones laborales a las que se enfrentaban los artistas colombianos. Si bien en cualquier país ocurre que solo unos cuantos artistas logran recibir grandes remuneraciones por sus trabajos, mientras que la mayoría de los artistas recibe remuneraciones bajas, en el caso de nuestro país, los artistas se enfrentan no solo a bajas remuneraciones, sino también a la inestabilidad y la informalidad laboral. Si analizamos de nuevo cifras reportadas para las actividades de la economía naranja, encontramos, por ejemplo, que cerca del 75% de los trabajadores de este sector no realizan aportes de salud ni pensión[4]. Esto es apenas lógico si se tiene en cuenta que la mayoría (el 78,6%), trabaja por medio de contratos temporales, y que, entre contrato y contrato, existen “tiempos muertos” durante los cuáles no se genera ingresos, ni se cotiza. Además, en el arte, los presupuestos para la creación y la producción de obras son tan escasos, que, en muchas ocasiones los artistas terminan cotizando seguridad social por montos menores a los que deberían cotizar para poder destinar esos recursos adicionales a la misma obra. Estas vulnerabilidades laborales y económicas son aún mayores para algunos tipos de trabajadores del sector como los artesanos. Un 82,5% de ellos vive con menos de un salario mínimo[5].
Al hablar de desigualdades en el mundo del arte y la cultura, es relevante también analizar el rol de las desigualdades territoriales. Si bien en cualquier departamento del país se encuentran jóvenes que buscan triunfar como artistas y generar ingresos dignos a través de actividades culturales, sus oportunidades de lograrlo dependen del territorio en que habitan, pues tanto la educación profesional artística, como la industria y el consumo cultural, se concentran en los centros urbanos (y, además, en las zonas más ricas de éstos). Analizando el caso de la música, encontramos que el 85% de los programas de formación en la industria fonográfica (grabación, edición y producción musical), se concentra en Bogotá y Medellín.
Por otro lado, existen también brechas en oportunidades entre quiénes logran acceder a educación superior en arte y cultura. Así, entre artistas de universidades públicas o de universidades privadas existen desigualdades en el acceso a recursos económicos y en el acceso a recursos inmateriales como redes profesionales.
Arte, cultura y la política de la economía naranja, ¿más desigualdad?
Los profesionales del campo artístico vemos con preocupación el hecho de que la política pública esté profundizando algunas de las desigualdades que se viven en el sector del arte y la cultura. Si nos enfocamos, en una de las principales apuestas del actual gobierno, la economía naranja, encontramos algunos problemas. Uno de ellos es que la economía naranja es vista como un proyecto para el desarrollo económico que entiende al sector cultural como un agregado de actividades económicas con el potencial de atraer inversión (principalmente para grandes eventos y producciones costosas). Con este fin, se ha destinado un presupuesto público considerable, entre otros, a exenciones y beneficios tributarios. Mientras tanto, el presupuesto destinado a apoyar pequeñas salas, espacios culturales y artistas independientes es mínimo.
Otro énfasis de la economía naranja es la inversión en educación para la profesionalización o tecnificación de las labores de producción artística y cultural. Esta línea responde a la necesidad de formar mano de obra calificada que incentive a los inversionistas a realizar grandes producciones en el país. Sin embargo, la cultura es un cúmulo de saberes que no necesariamente son comercializables en el mercado, especialmente si se trata de los saberes ancestrales. Este entendimiento crea un cortocircuito entre el patrimonio cultural y las industrias culturales.
En últimas, teniendo en cuenta las realidades del sector del arte y la cultura en Colombia, cabe preguntarse ¿por qué buscar incentivar los emprendimientos con beneficios financieros y tributarios y no asegurando una protección integral en seguridad social? ¿por qué no construir una política pública que garantice que los beneficios se distribuyan más equitativamente entre más artistas, más artesanos y más entes culturales? ¿Por qué no priorizar la inversión en la promoción de saberes culturales?
Re-valorar el arte
Parte de las respuestas a estas preguntas tienen que ver con la manera como desde la sociedad y desde el gobierno, entendemos y valoramos el arte y la cultura. El arte y la cultura no se deberían valorar solo desde una perspectiva económica, por su contribución al crecimiento del PIB, por el número de empleos que generan o por la cantidad de espectáculos masivos que se producen. El arte y la cultura deben ser valorados intrínsecamente, reconociendo el poder que tienen para promover y retejer los vínculos comunitarios, para generar empatía, para canalizar y expresar las emociones de un país fuertemente impactado por la guerra y por la desigualdad, para desarrollar la creatividad individual y para proteger y potenciar nuestra inmensa riqueza y diversidad cultural. Esto implica re-valorar lo que entendemos por arte, no solo como arte clásico, sino también, como arte popular -el de la gente, el folclórico, el tradicional, el que se encuentra en las calles, el que se construye en colectivos y comunidades.
Reducir estas desigualdades requiere no solo re-valorar el arte, sino también, que identifiquemos alternativas de política, movilización y proyectos que beneficien a más artistas y entes culturales. Lo que a su vez requiere aprender de intervenciones que han tenido éxito, organizar la voz de los artistas, explorar el rol de los medios digitales para visibilizar el arte y para desconcentrar la formación artística. Como un primer paso en esta dirección, te invitamos a participar en la empapelada que realizaremos varios artistas este jueves 25 de noviembre en Bogotá, para empezar a re-imaginar cómo construir caminos de equidad en el arte. Conoce más información en este link o escríbenos en redes sociales para saber más.
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Coautores: Juan Carlos Escobar, Tatiana Saavedra, Lucía Ibáñez, Nicolás Sánchez.
Editora: @Allison_Benson_; Juan Carlos Escobar
[1] Hemos adaptado la práctica de diálogo de saberes, común entre comunidades indígenas y afrodescendientes, como una herramienta metodológica que permite “reflexividad sobre procesos, acciones, historias y territorialidades que condicionan, potenciando u obstaculizando, el quehacer de personas, grupos o entidades”. Alfredo Ghiso (2000). Potenciando la diversidad: Diálogo de saberes, una práctica hermenéutica colectiva. Colombia Utopía Siglo. 21. 43-54.
[2] Actividades que incluyen artes y patrimonio, industrias creativas, nuevos medios y software de contenidos e industrias culturales. https://economianaranja.gov.co/abc-economia-naranja/
[3] Tercer reporte de la Economía Naranja, 2020. Dane. https://economianaranja.gov.co/media/wg4d5pil/3er-reporte-economia-naranja-2014-2019.pdf
[4] DANE, 2019.
[5] DANE, 2019.
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