Desigualdad, pobreza, exclusión social, discriminación. Todos estos son conceptos que usamos para describir los problemas e injusticias que afectan a nuestra sociedad. Y aunque en ocasiones los usemos como si significaran lo mismo, cada fenómeno es diferente, cada uno tiene sus propias causas y consecuencias, y podría requerir de soluciones específicas. Sobre la diferencia entre pobreza y desigualdad, es útil pensar la pobreza como un fenómeno que describe una situación de carencia de recursos necesarios para sobrevivir, y que afecta a una parte de la población. En contraste, la desigualdad describe una relación injusta entre grupos poblacionales, llámense ricos-pobres, mujeres-hombres, blancos-negros, pobladores rurales-pobladores urbanos. Como lo señala Maite Yie, investigadora de la Universidad Javeriana, la pregunta sobre la desigualdad, en últimas, tiene que ver con la forma como nos relacionamos con otros, de acuerdo con la posición que ocupamos dentro de un orden social, político, económico y cultural existente. Una relación que termina definiendo, por un lado, nuestro acceso a derechos fundamentales, y por el otro, nuestra exposición a lo que pone en riesgo la vida: incluyendo a la violencia, la contaminación ambiental, o al desprecio social.
Si la pobreza y la desigualdad describen fenómenos diferentes, ¿Cuál debería ser más prioritario? ¿Es la respuesta la misma en todos los departamentos del país? Tomemos, por ejemplo, el caso de Nariño. Para Edinson Ortiz, investigador de la Universidad de Nariño, el problema central en este departamento es la pobreza, el hecho que existan comunidades enteras sin acceso a servicios públicos, ni oportunidades para generar ingresos. “Ataquemos la pobreza de nuestras comunidades, en su sentido amplio, y veremos cómo las preocupaciones por la desigualdad empiezan a desvanecerse… por que la desigualdad es la consecuencia de un fenómeno de mayor trascendencia y persistencia, la pobreza”. En efecto, en una zona como el pacífico nariñense la mayoría de las personas viven en condición de pobreza, y no existe mucha desigualdad material entre sus habitantes.
La desigualdad material se hace más evidente cuando comparamos, por ejemplo, las realidades del Pacífico nariñense con las realidades de la Sierra nariñense. En efecto, la pobreza en el departamento de Nariño, al igual que en Colombia, está concentrada en unas poblaciones específicas (como las comunidades afro e indígenas) y en unos territorios específicos (como el Litoral Pacífico). Esto tiene que ver, precisamente, con esas relaciones desiguales e injustas entre grupos sociales, que, como lo señala Maite “son el resultado de una vieja herencia colonial bajo la cual ciertas poblaciones y territorios colombianos han sido objeto sistemático de formas de desprecio”. Por eso, para Rosa Angélica Tenorio, lideresa social y cultural de Tumaco, enfrentar los problemas en Nariño requiere empezar por ver el tema del racismo, “los negros, los indios de este lado del país, seguimos en la periferia, sin agua de consumo real, sin viviendas dignas, sin necesidades básicas satisfechas”.
La brecha Sierra-Costa se evidencia, por ejemplo, en que mientras que en promedio en Nariño el 18% de la población no tiene acceso a alcantarillado, en la Costa este porcentaje es del 77%; mientras en Nariño el 22% de su población no tiene acceso a agua potable, en la Costa el porcentaje llega al 70%. Los datos son dicientes, si Nariño escindiera su territorio costero, sus indicadores de bienestar pasarían a ubicarse por encima del promedio nacional. ¿Cuántas décadas deben esperar estas comunidades para tener vías carreteables, internet, agua potable 24 horas, educación superior, estabilidad económica y también, paz?
Porque a estas brechas en indicadores sociales se suma otra realidad injusta: el Pacífico nariñense ha sido afectado desproporcionalmente por el conflicto armado, las violaciones de derechos humanos y la presencia de economías ilegales. La Costa aporta el 80% de los cultivos ilícitos de Nariño (y el 20% a nivel nacional), y allí se disparan las cifras de desplazamientos masivos, confinamientos, masacres y asesinatos a lideres sociales. Rosa Angélica, quien también es maestra, señala cómo: “El discurso se me cae cuando le digo a los estudiantes ‘pensemos en su proyecto de vida’. (…) Si estamos compitiendo con una economía ilegal que le resuelve las cosas a un joven en un segundo, en un contexto donde no hay realmente ninguna otra opción”.
Las brechas en Nariño se marcan no solo por el eje Sierra-Costa, sino también, por el eje campo-ciudad. El verde que caracteriza a los Andes nariñenses refleja una estructura agraria principalmente minifundista. Este paisaje cuenta la lucha cotidiana de muchas familias campesinas para quienes la promesa de la reforma agraria no se hizo efectiva, o que aún con tierra viven al borde de la quiebra resintiendo los golpes dejados por la apertura económica, los Tratados de Libre Comercio, el uso de agroquímicos (incluido el glifosato), y el vaciamiento del campo. Todas estas realidades evidencian que el desarrollo en Nariño (y en Colombia) se ha pensado de espaldas al Pacífico y al campo, viendo estas zonas bajo la óptica del deseo por sus riquezas y del desprecio hacia sus pobladores.
En Nariño las soluciones vienen a pie
Ante estas condiciones de pobreza y brechas, necesitamos soluciones aterrizadas, creativas y también, soluciones que vengan desde la comunidad. Para Edinson, las soluciones que se necesitan son claras, y deben partir por reducir la pobreza. Lo más urgente es mejorar la conectividad física y digital y el acceso a servicios básicos como agua y alcantarillado, sobre todo en la parte costera y rural de Nariño. Para Edinson, luchar contra la pobreza debe ser una prioridad por encima de la búsqueda de crecimiento económico, o de la reducción de la desigualdad.
Para Maite, en contraste, transformar la realidad de Nariño requiere no solo medidas locales de atención a la pobreza, sino también medidas nacionales y globales que ataquen las relaciones inequitativas entre grupos poblacionales y territorios. Esto requiere transformar la economía de la costa pacífica nariñense, entre otros, a través del fortalecimiento de su puerto. También hay que redefinir el lugar que la producción campesina ocupa en la economía nacional y global, y transitar hacia un modelo de organización de la producción basado en sistemas agroalimentarios con enfoque territorial y ambiental.
Estas transformaciones deben darse al tiempo que se mejora la estructura de participación política. La Costa y el campo siguen estando insuficientemente representadas en las decisiones políticas, tanto dentro de Nariño, como en el resto del país. Por eso, hay que generar mecanismos para que estas comunidades puedan participar más activamente en el ordenamiento de sus territorios y para que las riquezas que salen de allí, retornen a su población.
Para Rosa Angélica, otro punto clave es no olvidar que las organizaciones comunitarias vienen construyendo soluciones desde abajo, desde el tejido organizativo y comunitario. El reto es cómo reconocer, incorporar y escalar estas soluciones, pues “uno de los grandes errores es pensar que yo le resuelvo la necesidad al otro, sin consultarle al otro, sin preguntarle qué necesita”.
Lo que es cierto es que, en el Nariño, y en el resto del país, existe un pueblo que llora, pero también que no para. Y como dice la canción que Rosa Angélica compuso alrededor de este diálogo “Siempre adelante yo seguiré. Y aunque sufriendo, nunca pararé. Por mi cultura y por la niñez, por mis ideales, nunca pararé”. Escucha la canción completa acá.
Este escrito hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en cada departamento de Colombia. Las columnas son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre el proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y nuestras publicaciones semanales, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos.
Coautores: Edinson Ortiz, Investigador Universidad de Nariño; Maite Yie, Investigadora Universidad Javeriana; Rosa Angélica Tenorio, lideresa social y cultural.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
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