¿Qué hace que vivamos como hombres o como mujeres? ¿Por qué algunas personas no se identifican con los genitales que nacieron o con el género con el que las otras personas las ven? ¿Qué determina la orientación sexual? Para responder a estas preguntas es necesario entender que las respuestas son una combinación compleja de muchos factores que incluyen no solo lo genético, lo anatómico y lo hormonal, sino también lo social. También es necesario entender que los conceptos de sexo, género y orientación sexual, son diferentes. Mientras que el primero se refiere a aspectos puramente biológicos (macho/hembra), el segundo se refiere a una construcción social (mujer/hombre, femenino/masculino), y el tercero a la atracción de cada persona (ser lesbiana/gay/bisexual, etc.). Como sea que entendamos estas categorías, lo cierto es que son categorías limitadas por una óptica binaria, y como consecuencia de esto, las personas que no se adaptan a estos moldes, terminan siendo discriminadas, sufriendo múltiples formas de desigualdades que van desde lo físico, hasta lo emocional, social y hasta económico.
Por eso, desde Re-imaginemos, un proyecto que reflexiona sobre 30 formas de desigualdad en Colombia, estamos discutiendo sobre desigualdades de sexualidad y géneros. El proyecto se basa en un diálogo entre más de 150 jóvenes académicos, activistas, artistas, entre otros diversos perfiles. Esta columna es el resultado del diálogo de saberes[1]#8, en el cual participaron Zahaira Evangelista, activista LGBTIQ del Huila; Lina Sánchez, escritora de Bogotá; Sebastián Wanumen, etnomusicólogo de Bogotá; Vivian Cuello, internacionalista y activista feminista y lesbipansexual de Atlántico; y Alejandra Lozano, comunicadora y activista Queer de Bogotá. Aquí compartimos las principales reflexiones de este diálogo.
Múltiples identidades y múltiples desigualdades
A principios de los años 90, Anne Fausto-Sterling publicó un artículo en la revista The Sciences titulado “Los cinco sexos”, proponiendo que la clasificación de los humanos en macho y hembra no es adecuada, pues existe una tercera posibilidad biológica: la intersexualidad. Dentro de la intersexualidad hay también diversidad: cuerpos que pueden tener, por ejemplo, testículos y ovarios a la vez; o testículos y genitales femeninos, pero no ovarios. La diversidad se da no solo en términos biológicos, sino también en términos genéticos, donde las variables son plurales y los cromosomas se pueden organizar de muchas maneras. En otras palabras, la intersexualidad no se presenta siempre igual y por eso, no se puede hablar de tres, cuatro o cinco sexos, pues estos tampoco explicarían toda la variabilidad posible. De hecho, desde la biología evolutiva académicos como Joan Roughgarden señalan que “todas las especies tienen diversidad genética–su arcoíris biológico”. Por su parte, cabe notar que el sexo con el que una persona se identifica no depende necesariamente de su sexo anatómico, y a esto se le añade que la vida sexual y sentimental de un individuo (por quién se siente atraído) no depende directamente de sus genitales, de sus cromosomas o del sexo con el que se identifica.
A pesar de la complejidad que enmarcar estos conceptos, por mucho tiempo entendimos la identidad sexual como binaria, lo cual ha sido un esfuerzo de estandarización como parte de una decisión sociopolítica y cultural de muchas, pero no de todas las culturas. Por ejemplo, para el pueblo norteamericano Navajo, existen definiciones para las personas que se salen del patrón hombre/mujer. A estas personas, respetadas como todas las demás, se les conoce como “de dos espíritus”. Algo similar ocurre con las hijra (personas de sexualidad y género diverso) en la India. Lo anterior nos muestra que la discriminación por tener un cuerpo diverso o vivir una sexualidad diversa, es una construcción social; proviene de lo social. Por eso, cuando desconocemos el arcoíris biológico y forzamos nuestro entendimiento del mundo social a que solo existen hombres con penes y testículos que atraen a mujeres con vaginas y ovarios, estamos desconociendo la complejidad de la vida, estamos negando la omnipotencia de la “Creación”, el misticismo de la Pachamama.
Ampliar nuestro entendimiento sobre las múltiples identidades y orientaciones sexuales que pueden existir es el primer paso para cuestionar y reducir las desigualdades a las que miles de personas que viven una sexualidad y género diverso, se enfrenten día a día. Desigualdades que se viven a lo largo y ancho del país, pero que se viven diferente dependiendo de aspectos como el territorio en el que vivimos o el nivel de ingresos que tenemos. Aunque se vivan diferentes grados de desigualdades y discriminaciones, lo cierto es que, en muchos casos, estas se traducen en violencias que van desde el rechazo familiar, hasta la segregación laboral, e incluso, el asesinato. En efecto, desde 2014, Colombia ocupa el primer puesto en América Latina y el Caribe en homicidios a personas LGBTI+, y una encuesta reciente evidenció que 75% de las personas de esta población, fue víctima de matoneo durante su niñez. Preocupa no solo la violencia física, sino también la emocional, reflejada en cifras alarmantes, como que el 55% de las personas LGBTI+ han tenido pensamientos suicidas y uno de cada cuatro ha intentado suicidarse. Estamos ante desigualdades que cobran vidas.
Vivian Cuello, activista barranquillera cofundadora de la colectiva Raras no tan Raras, nos compartió la historia sobre cómo el haber manifestado públicamente su sexualidad, le costó el afecto de sus amistades, familiares, profesores: “de un momento a otro, sin siquiera darme cuenta, pasé de ser la ‘sobrina querida’ a la ‘sobrina descarriada’”. Este tipo de situaciones hace que estar fuera del ‘closet’ implique tener convicciones firmes para poder soportar el rechazo. Por eso, para Vivian, ser lesbiana “va muchísimo más allá de una orientación sexual, se entiende como una posición política, y es una de las muchas maneras de autoenunciarse y autoreconocerse”.
Zahaira Evangelista, activista radicada en el Huila, nos compartió también sus historias sobre las desigualdades que ha sufrido por no encajar con el rol de género que socialmente se le había asignado desde el nacimiento, esa maleta que le zampan a cada persona cuando nace y en la que viene una guía, rígida y unicolor, de lo que se espera del individuo: cómo se viste, qué colores usa, cómo se corta el pelo, cómo se sienta, cuánto grita, cómo llora. Desde una edad temprana, Zahaira tenía una inquietud estética que se materializaba en usar las cobijas estampadas de flores de su casa como trajes de reina. Años después, Zahaira nos recuerda que no existe una única forma de ser mujer, y que su multiplicidad no se contrapone a una única forma de ser hombre. También nos recuerda que estas formas de “ser” se han transformado a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la relación entre género y color no ha sido siempre tan rígida como hoy. De hecho, en el pasado, el rosado se vinculaba con la sangre y la guerra, por lo que tendía a ser más masculino que el azul, que era un color virginal y puro.
Al igual que Vivian, Zahaira es vocera y guía para aquellas personas que han cuestionado los rígidos roles de género que la sociedad nos asigna. Desde su trabajo en la Asociación para la productividad y competitividad de la comunidad diversa en zonas rurales de Colombia, divulga información acerca de educación sexual diversa y crea espacios de sensibilización y discusión. Además, a través del arte, de-construye y reescribe los modelos estandarizados de género y sexualidad. Una labor importante pero a la vez difícil, sobre todo en zonas rurales de nuestro país, donde en muchos sentidos, aún reina el machismo.
Lo anterior nos demuestra que no podemos olvidar que las múltiples identidades de una persona (raza, sexo, género, nivel educativo, etc.) se combinan para crear diferentes maneras de discriminación y privilegio. Por eso es diferente ser una persona no binaria en Pitalito, Huila, que una lesbiana en Barranquilla. Precisamente, esta interrelación entre discriminaciones fue conceptualizado por la académica Kimberlé Crenshaw, quien acuñó el término de interseccionalidad, un prisma a través del cual se puede observar cómo diversas desigualdades confluyen, operan entre ellas y, en algunos casos, se agravan cuando están juntas.
Por lo mismo, no podemos intentar reducir unas desigualdades, sin entender su interrelación con otras, y sin entender cómo esas desigualdades están situadas en un contexto geográfico y temporal específico. Este es un llamado que nos hacen tanto Vivian como Zahaira. Sus trabajos son ejemplos que rompen paradigmas y son un llamado a re-imaginar los modelos de sexualidad y género con los que nos acercamos al mundo. Un llamado a re-imaginar caminos menos desiguales, caminos donde la diversidad no sea castigada.
Como un llamado al valor por la diversidad, creamos unas fotografías intervenidas que describen las múltiples y variadas identidades que nos definen a cada persona. ¡Conócelas en este link!
Y tú, ¿qué Re-imaginas? Cuéntanos en reimaginemos.co, en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos.
Coautores: Sebastián Wanumen; Lina Sánchez; Vivian Cuello; Zahaira Evangelista; Alejandra Lozano.
Editoras: @Allison_Benson_y Bárbara Mora.
[1] Hemos adaptado la práctica de diálogo de saberes, común entre comunidades indígenas y afrodescendientes, como una herramienta metodológica que permite “reflexividad sobre procesos, acciones, historias y territorialidades que condicionan, potenciando u obstaculizando, el quehacer de personas, grupos o entidades”. Alfredo Ghiso (2000). Potenciando la diversidad: Diálogo de saberes, una práctica hermenéutica colectiva. Colombia Utopía Siglo. 21. 43-54.
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