El departamento de Bolívar alberga a Cartagena, una de las joyas turísticas nacionales, y al tiempo es el hogar de bosques, ciénagas, manglares, corales, entre otros ecosistemas claves para combatir el cambio climático y la desigualdad. Es un territorio rico, donde resplandece el turismo y las oportunidades industriales, pero donde también brillan los contrastes y el empobrecimiento. La misionera franciscana Kelly Rivero, que acompaña comunidades aledañas al canal del dique nos recuerda estos contrastes: “¿Cómo es posible que, con tanta agua, no tengamos acceso a agua potable? Qué, con tantas tierras, ¿no seamos los dueños y estas no se cultiven? Que, con tanta tierra y posibilidades de producción de alimentos, aceptemos que haya niños con desnutrición y que a las comunidades rurales nos toque ir comprar los alimentos a la ciudad”. Estos son ejemplos de cómo las desigualdades no son solo sociales, son también ambientales y políticas. Lo uno se relaciona con lo otro, tanto al definir los problemas, como al definir las soluciones.
Bolívar es un departamento mayoritariamente urbano: 8 de cada 10 bolivarenses viven en los cascos urbanos, especialmente en Cartagena. Esta expansión urbana se ha dado, en muchos casos, a costas de degradar la naturaleza, que hoy se encuentra despojada, luchando por un espacio al borde de los grandes emprendimientos turísticos, urbanos e industriales. El crecimiento expansivo de espaldas a la naturaleza se junta hoy con los riesgos que trae el cambio climático, haciendo de Cartagena la ciudad del país más vulnerable a inundaciones. Según la alcaldía de la ciudad, para 2040, podría darse un aumento del nivel del mar de más de 60 cm. Esto afectaría a toda la ciudad, limitando las posibilidades de continuar con el desarrollo turístico e industrial. Y como ocurre con muchos problemas, esto afectaría de manera más drástica a las comunidades más empobrecidas, que habitan las zonas más vulnerables.
La migración hacia zonas urbanas en Bolívar, en buena parte impulsada por el conflicto armado, explica también las graves carencias que vive Cartagena en material de garantía de derechos y de acceso a servicios públicos. De las seis ciudades principales de Colombia, Cartagena es la que tienen los mayores índices de pobreza: uno de cada dos cartageneros son pobres (Cartagena Cómo Vamos, 2022). Muchos de estos cartageneros viven en estratos 1 y 2 en zonas vulnerables a inundaciones y deslizamientos de tierra, y en las cuáles, en pleno siglo XXI, no hay servicios públicos. Como lo señala Jhorland Ayala, investigador del Banco de la República y de la Universidad Tecnológica de Bolívar, “en zonas de riesgo no mitigable es imposible, por ley, proveer servicios públicos. Por eso los barrios más vulnerables, se quedan sin acceso a estos, lo cual es un círculo vicioso que termina generando aún más desigualdades”.
Las comunidades no han sido las únicas empobrecidas por los fenómenos de desplazamiento. La naturaleza también ha sido damnificada. Dayro Carrasquilla artista y gestor comunitario nos recuerda que “la violencia y la creación de periferias también afectó a los ecosistemas, las ciénagas, los humedales, y la toma de tierras no aptas para ser habitadas. Esto como respuesta a las nulas posibilidades de obtención de tierras de manera formal”. Este proceso ha generado una desvinculación de los campesinos con su tierra, con la producción de alimentos, y también, un desarraigo con prácticas y saberes ancestrales que podrían usarse para enfrentar los problemas de seguridad alimentaria y cambio climático que vive el departamento.
¿Qué sigue? algunas ideas para reimaginar un Bolívar en armonía con la naturaleza y con el desarrollo
La solución no es simple ni única, porque el problema es multidimensional e histórico. Pero algo que sí sabemos es que la respuesta a las desigualdades socioambientales, tanto en Bolívar como en Colombia, tiene que partir de repensarse las relaciones urbanas con la naturaleza. Nuestras ciénagas, canales, bosques, animales y plantas deben recobrar su lugar en las ciudades. Para esto, el ordenamiento territorial y el cuidado de la naturaleza y de la gente, debe ser una tarea no del gobierno de turno, sino de todos los actores políticos, sociales, económicos, públicos y privados, que habitan el territorio.
Las soluciones requieren además centrarse en un balance económico-social y local-internacional. Como lo plantea Catalina Quiroga, antropóloga e investigadora en geografía humana, necesitamos “Reimaginar la forma como entendemos la economía. Reconociendo que se necesitan transformaciones grandes, pero que también debemos apuntarle a las soluciones locales. Aquellas que se dan en el patio de la casa, y se discuten a la sombra del mango. Debemos repensar y relocalizar la economía desde lo cotidiano y lo cercano”. Para ello, debemos pensar en soluciones que fomenten las economías locales y que las conecten con el mercado internacional, trabajando de la mano con la organización social y con el reconocimiento de prácticas y saberes ancestrales que nos re-enseñen a combatir necesidades críticas, como el hambre.
Esta idea de reconocer las prácticas y saberes ancestrales la llamamos “volver al territorio”. Volver al territorio implica ver hacia atrás, hacia la historia, pero también hacia adelante, hacia las posibilidades. Como lo señala Dayro, volver al territorio se refiere a cosas tan sencillas como recordar y reaprender “las posibilidades nutricionales que el mismo territorio nos ofrece… saber cuáles son esas plantas silvestres que nacen en los patios, en los andenes y en las calles, y que la gente piensa que son monte, pero que tienen un potencial nutricional impresionante”.
Creemos además que no se vuelve al territorio solo; se vuelve en colectivo. Por eso son tan fundamentales los procesos sociales, porque la transformación social no es posible sin la organización social. Y en territorios como Bolívar, las organizaciones sociales están ahí, construyendo posibilidades y equidad. Un ejemplo es el trabajo comunitario que adelanta desde hace décadas la Fundación Madre Herlinda Moisés, para garantizar a través de procesos comunitarios, educativos y ambientales, avances en temas como alimentación y agua limpia.
En últimas, reducir las desigualdades socioambientales requiere reimaginar nuestras relaciones con la naturaleza, con la economía y con la comunidad. Como un primer paso para hacerlo, el artista Dayro Carrasquilla nos plantea, desde la obra plástica Esparcir, las dificultades para lograr una coexistencia respetuosa entre el urbanismo informal y los territorios diversos. La obra nos extiende una invitación a la empatía, al trabajo colectivo y a recordar las herencias ancestrales centradas en el respeto a la naturaleza.
Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en cada uno de los departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.
Coautores: Catalina Quiroga; Antropóloga y geógrafa investigadora sobre conflictos ambientales en el Caribe, Kelly Rivero, misionera franciscana y gestora comunitaria; Jhorland Ayala; Investigador Banco de la República y Profesor Universidad Tecnológica de Bolívar; Dayro Carrasquilla, artista social y docente de la Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
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