Si hay una frase para explicar lo que sucede en el departamento de Córdoba es la paradoja, que se ilustra en la tradicional frase: “a pesar de que todos somos iguales, algunos llegan a ser más iguales que otros”. En este escrito pensado en colectivo, dialogamos sobre algunas de estas paradojas, centrándonos en los temas de seguridad alimentaria, el cambio climático, y el acceso al agua, con una mirada desde lo que entendemos como justicia ambiental, y también, con una visión sobre los cambios que creemos son posibles en este territorio lleno de vida.
Contrastes biofísicos y sociales
Solemos pensar en Córdoba como un territorio de sabanas, pero con sus 30 municipios y casi 2 millones de habitantes, Córdoba posee una geografía y una cultura variada y compleja. El sur del departamento es un territorio de selvas húmedas (impactadas por los cultivos de uso ilícito), tierras bajas y sistemas de colinas. La zona media del departamento corresponde a la zona ganadera, mientras que el área del bajo Sinú es un paisaje de ciénagas y de costa. En Córdoba abunda no solo la diversidad de paisajes, sino también, la diversidad de culturas y personas. Encontramos aquí pueblos indígenas como los Embera Katíos y Zenú (16% de la población), población Afrocolombiana (13%), comunidades Rom en San Pelayo, y herencias sirio-libanesas e italianas. Ante la diversidad de su geografía y de sus pueblos, una cosa que permanece a lo largo de todo el departamento cordobés es la influencia del agua. Cuatro cuencas hidrográficas atraviesan el 90% del departamento, destacándose las cuencas de los ríos Sinú y San Jorge, que traen consigo vida, pero también contrastes y tensiones.
Un ejemplo de estos contrastes tiene que ver con el caso de la hidroeléctrica de Urrá en Tierralta. Una mega infraestructura que se alimenta de las aguas del río Sinú para proveer electricidad en un departamento donde aún hoy existen pueblos sin energía, y se paga unas de las tarifas más caras de energía de todo Colombia.
Los contrastes alrededor de la hidroeléctrica de Urrá se dan también entorno a la pérdida de la dinámica natural del cauce del río, que afecta a los ecosistemas y pobladores ribereños. Como lo señala Daneris Herrera, líder social y coordinador del Movimiento Social del Agua Contando Historias, uno de los objetivos de la construcción de la hidroeléctrica fue disminuir las inundaciones. Sin embargo, el mal manejo que se le ha dado a los niveles del cauce del río, sumado a los contrastes de las obras antrópicas (centradas en las personas y motivadas por el interés económico) y a los efectos climáticos cada vez más frecuentes (sequías, inundaciones, vientos, oleadas de calor), lo que ha dejado es pobreza a los pueblos ribereños. Daneris termina su reflexión recordando cómo “Nuestros ancestros no hablaban de inundaciones, sino que valoraban las épocas de crecientes, porque éstas traían abundancia y acceso a alimentos… hoy ya no tenemos esa abundancia ni esos alimentos”.
Estos cambios en los ecosistemas no vienen solo de las grandes obras de infraestructura, sino también de la apuesta económica que tomó Córdoba con la ganadería. Una apuesta que va en contravía de la naturaleza y real aptitud de sus suelos. Solo el 9% de la tierra en Córdoba tiene aptitud para uso ganadero, pero se usa el 57% para esta actividad (IGAC, 2013). Como nos recuerda Jennifer Medina, artista, investigadora y gestora cultural cordobesa “en este ejercicio de abrir potreros para vacas, y de abrir territorio para la ganadería, se ha hecho desmonte y quemas de nuestro bosque seco tropical. Esto ha terminado de destruir este ya devastado ecosistema, del cual solo nos queda el 8%. Y no solo eso, sino que estos procesos de quema y acaparamiento de tierras han ido acompañados por el desplazamiento de campesinos, indígenas, comunidades afro”. Estas realidades nos muestran cómo los cambios en el paisaje suelen afectar sobre todo a las poblaciones más vulnerables por lo que las desigualdades ambientales no se pueden separar de las desigualdades sociales.
La extrema concentración y el uso no adecuado de la tierra generan contrastes preocupantes, tanto en Colombia como en Córdoba. Esto lo vemos en cifras como que el 10% de los propietarios cordobeses acaparan el 69% de todos los predios agropecuarios del departamento (UPRA, 2016). O que, pese a que Córdoba cuenta con 1.1 millones de hectáreas aptas para la agricultura, solo se usen 440 mil para ello (IGAC, 2013). La otra cara de la concentración es la falta de acceso a bienes y recursos: el 45.6% de los hogares de Montería no tienen acceso a las tres comidas diarias (DANE, 2021).
Salidas y posibilidades
Una importante salida está en reconocer las luchas de las organizaciones sociales que demandan un cambio y hacen un llamado a construir una nueva mirada de desarrollo alrededor del agua. Un ejemplo para destacar es el Movimiento Social el Agua Contando Historias, que, articulando a 47 organizaciones de ocho municipios, ha construido un diálogo social con la institucionalidad pública. Los líderes parten del principio de que nadie puede defender lo que no conoce.
Otro principio clave para la construcción de equidad, en Córdoba y en todo Colombia, es cómo construimos un proyecto colectivo, es decir, un proyecto que beneficie a todos (incluyendo a la naturaleza), y no solo a los pocos privilegiados de un modelo económico basado en la extracción. Como lo menciona Luz Angela Rodríguez, investigadora de la Universidad Javeriana, especialista en justicia ambiental, “para lograr una sociedad más justa y sostenible necesitamos una mirada colectiva, una decisión real de no dejar a nadie atrás, y una visión del bienestar que vaya más allá de indicadores individuales”.
Construir visiones y soluciones desde lo colectivo implica también reconocer los saberes de la gente que habita el territorio y que lo ha habitado ancestralmente, pasando estos saberes de generación en generación. En un territorio como Córdoba, esto es clave para reaprender cómo manejar las inundaciones y hacer de las aguas una fuente de vida y de oportunidades.
Como lo señala Alejandra Taborda, Geógrafa, investigadora y docente de la Universidad de Córdoba “hay una tradición del saber popular de las comunidades de cómo manejar estos cambios climáticos y ni los técnicos, ni los académicos, hemos sabido reconocer ni visibilizar este conocimiento”. Construir equidad implica pensar desde diferentes miradas. Por eso el diálogo de saberes entre comunidades, academia, sector público y privado es tan fundamental para lograr acciones sin daño sobre el territorio y soluciones que lleven a la justicia social y ambiental.
Una forma de generar estos diálogos es explorando el lenguaje de lo artístico, que nos ayuda a transformar lo que entendemos por vida, colectivo y territorio. Buscando estas reflexiones la artista Jennifer Medina nos comparte esta ilustración retratando las cargas desiguales de lo natural y lo humano.
Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.
Coautores: Maria Alejandra Taborda; Geógrafa, investigadora y docente de la Universidad de Córdoba, Daneris Herrera; Líder del Movimiento Social del Agua Contando Historias; Luz Ángela Rodríguez; Investigadora y docente de la Universidad Javeriana, especialista en justicia ambiental; Jennifer Medina, Artista, investigadora y gestora cultural cordobesa.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
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